abril 30, 2011

Como convertirse en un escritor y no morirse de hambre


Con William Gezzio nos hemos criado casi juntos, y digo casi, porque yo nací en Carmelo y él en Nueva Palmira, apenas a 22 kms. de distancia. Tenemos en común que nuestras madres fueron primas, por eso conozco toda su carrera y como a mí siempre me ha gustado escribir, porque como dibujante apenas si alcanzo a dibujar mi firma, he colaborado con él en muchos guiones para sus historietas. Como él tiene ascendencia italiana a veces hay que aguantarle el carácter ya que insiste en buscar lo mejor y que se lo paguen, cosa que pocas veces ha conseguido, aunque creo que en este pequeño y hermoso país es uno de los que se ha mantenido en lo que le gusta hacer a pesar de todos los sinsabores que conlleva esa profesión. 
Yo vengo de familiares portugueses, afincados en Río Grande do Sul y que después se instalaron en Carmelo. Allí hice mis estudios primarios y secundarios, pero pronto crucé el charco y recorrí el gran Buenos Aires, en busca del ansiado peso para sobrevivir la malaria, en una pensión en el barrio de Flores. 
Me fue como el …, los porteños no querían mis crónicas ni mis cuentos ni nada que tuviera tufo a uruguayo, así que luego de un año de gastar suelas por las empedradas calles, me volví al Uruguay, pero aquí estaba peor…En Carmelo no había donde publicar, entonces rumbeé para Montevideo y me instalé en una pensión. William ya vivía con su familia en una casa del Cordón y le traje mis cuitas. Me pidió que le guionara algo para unas revistitas que sacaba Charoná con su personaje, el indiecito. 
Escribí unos 8 guiones y me los pagó antes de dibujarlos y cobrarlos, cosa que rechacé de inmediato, pero él me hizo ver que mejor lo tomara porque en la pensión no me iban a fiar. ¡Qué razón tuvo! Así que día por medio me le aparecía con alguna idea borroneada en algún papel, porque no tenía ni máquina de escribir. No sé si para sacarme de encima o para darme una mano, me mandó a hablar con un tal Ravaioli que hacía la revista Patatín y Patatán, y en la que William era jefe de arte. Este señor leyó unos cuentos para niños que yo tenía escrito y me dijo que se los dejara y que volviera la semana entrante. 
Así lo hice. Cuando llegué a la redación , William me alcanzó la última revista y me dijo que la mirara: allí estaba uno de mis cuentos, ilustrado por él. Fue tan grande mi emoción que lo abracé enfrente de todos, a lo que el “Tano” casi me voltea porque es muy tímido y esos “afectos” no le gustan (entre hombres, por supuesto).
Así seguí colaborando y cobrando, cosa terrenal que me alegraba mucho. Aunque yo quería seguir estudiando algo más. Pero como no tenía el bachillerato hecho no me tomaron en la Universidad. Entonces recorrí las “academias” que “enseñaban” periodismo. Con lo que cobraban, yo pagaba la pensión y no me quedaba para comer, así que opté por estudiar “de mutuo propio”,sacando libros de la Biblioteca Nacional , a pesar que había muy pocos sobre el tema en esa época.
Me presenté en casi todos los diarios, desde El País hasta La Mañana, pero no tuve suerte. La excusa era siempre la misma: “tenemos el personal completo, vuelva el mes que viene”…Y yo volvía y nada. Entonces se me ocurrió gastar algunos pesos enviando mis cuentos por correo a distintas editoriales fuera y dentro del país. Y un día me llegó una carta desde México que me pedían una novela de 120 páginas. Me fui corriendo y lo consulté con William para ver qué hacía porque yo no tenía idea de cómo encarar ese pedido. Él ya estaba más fogueado con las editoriales e imprentas y me dio algunos consejos. 
Entonces me dí cuenta de algo muy importante: no tenía máquina de escribir! Hasta allí lo escribía todo a mano con letra chiquitita de imprenta, pero así no lo iba a mandar. Otra vez mi primo me salvó el pellejo: me prestó su Rémington, una hermosa portátil que aporreé con ganas hasta terminar las 120 páginas pedidas. Las envié. Al mes, más o menos, me llegó un paquete con un pequeño libro ¡mi primer libro! ¡y un cheque! ¡Cómo los besé! Ya era un reconocido escritor. 
Tenía “mi” libro en las manos. Estaba yo…y la fama por delante…pero no fue tan sencillo, nunca es sencillo para un habitante del Sud. Mañana la sigo…  

abril 29, 2011

Ese ignoto escriba

 Si el guionista de cine y televisión ya es un personaje, digamos, oscuro, al que nadie presta demasiada atención, del guionista de cómics ya ni les cuento. Hay dibujantes –he conocido más de uno– que le consideran una especie de socio molesto cuya única misión es hacerles brillar y pasar lo más desapercibido posible. Y si quiere figurar, que se dedique a escribir novelas.
En el mundo audiovisual, algunos guionistas –pocos– han conseguido ver reconocida su autoría. Pienso, sobre todo, en el difunto Dennis Potter, cuyas mini series para la BBC –de The singing detective a Karaoke pasando por Lipstick on your collar– reducían al director a un papel de mero ilustrador de ideas ajenas.
 En el mundo del comic, es posible que Harvey Pekar, fallecido a los 70 años de edad, constituya su único equivalente, pues se empeñó en explicar su vida a través de los comics sin saber hacerlo y salió triunfante del empeño. Y no es que eligiera a un dibujante y lo tuviera toda la vida ilustrando sus historias, sino que consiguió ganar para su causa a un montón de luminarias de la historieta independiente norteamericana, incluyendo al inmenso Robert Crumb; quien, si la memoria no me falla, solo ha colaborado con otro guionista de fuste en toda su vida, el mismísimo Dios que le escribió su último libro, el Génesis.
Harvey Pekar, memorialista irónico y mordaz, podría haber optado por la literatura, pero se decantó por el comic. Tuvo una vida gris –trabajaba como oficinista en un hospital de veteranos de guerra–, pero eso no le impidió fundar el tebeo American Splendor, donde puso a tanta gente a dibujar sus neuras. En el cine tuvo la cara de Paul Giamatti, que no era tan feo como él, pero se esforzaba en parecerlo.
 De forma insistente y meticulosa, Harvey Pekar convirtió su existencia –a veces triste, a menudo chusca– en una especie de work in progress cuyas alegrías, desgracias, sorpresas y extravagancias acababan, más temprano que tarde, convertidas en viñetas. Pionero del comic autobiográfico hoy día tan en boga, Pekar deja una obra inmensa gracias a la cual sus lectores le conocemos (y apreciamos) como si hubiéramos ido al colegio con él en su Cleveland natal.

Desde el altillo...

Es de madrugada. Miro por la ventana del altillo de mi casa e imagino historias que pueden estar sucediendo en los lejanos apartamentos cuya luz se distingue entre la niebla nocturna. Pero tal vez, desde aquella ventana también me están observando e imaginando qué hago a estas horas de la madrugada. Nadie puede entender que es la mejor hora para escribir. En la soledad de un pequeño altillo, atiborrado de libros, fotos y documentos, se siente que afuera pasa la noche...Pronto amanecerá. La luz traerá de nuevo vida a este apartado barrio montevideano y yo me iré a dormir. No resisto la luz del sol. Me he pasado la vida en redacciones de diarios, escribiendo, impregnado del humo de cigarrillos y el sonido monocorde de extraños compañeros, acoplados a los de las máquinas que emergían de la planta baja.
Pero hoy estoy abriendo este novísmo blog donde quiero conectarme con otros noctámbulos, viejos bebedores de conocimientos y buen whisky, aunque mi hígado ya me ha dicho basta y deba conformarme con echarle un poco solo en las fiestas navideñas y de año nuevo. No puedo competir con el alcohol, ya lo intenté con el cigarrillo y me ha dejado la tos que, maldita sea, recrudece en cada otoño y se instala en el invierno, solo para dejarme respirar algo de aire limpio, en los secos veranos.
No me meteré a opinar de cosas que no me gustan, así que no me escriban aquellos que quieran hablar de ovnis, ni de vampiros, religión o política. No me interesa. Todo tiene un porqué, pero yo no le sé todo y creo que de muchas cosas, mejor es no saberlo, así que dejemos el mundo como se destruye día a día y construyamos el arca que nos puede salvar...no sé para qué, total todo tiene su fin y todavía no le encontraron la cura.
Afuera, por la calle se siente la gente que ha madrugado y que corre a tomar el ómnibus que los llevará a sus respectivos trabajos, jaulas que los mantendrán prisioneros por 8 horas diarias durante cuarenta años de sus vidas, trabajando para que otros viajen por distintos países y se encamen con las mejores mujeres. El premio que les espera es una magra jubilación pagada por un estado que no le conoce ni le quiere y tampoco le da lo que a ese tipo que ahora corre hacia su oficina, le ha estado sacando de su bolsillo en impuestos y en ahorros en esos cuarenta años, para pagarle su propio retiro.
Ya siento el jolgorio de los primeros pájaros en los árboles vecinos. Amanece y el cansancio me gana, además de un dolor agudo que me corre hacia la mano derecha por esforzarla con el mouse. Ya me lo dijo el médico que no abusara, pero la máquina tiene ese artefacto y hay que usarlo.
Buscaré otra opinión médica o tal vez encuentre por internet alguna receta que me ayude a paliar ese malestar.
De afuera viene el sonido monocorde de los motores de automóviles y ómnibus como despertados con urgencia porque se les vino otro día arriba y los tomó por sorpresa.
Por hoy, no escribo más. Mañana de madrugada, volveré a mi solitario altillo, prenderé una estufa a gas porque ya las noches han dejado de ser veraniegas y el frío cala mis huesos rápidamente, y me zambulliré an alguna historia imaginada...